Nosotras
- Cairo Arts Space by Patricia Alvarez
- 13 nov 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 17 ago 2022
El Cairo del vagón de las mujeres.

En el metro, el vagón de las mujeres me pone a prueba.
Tocar y ser tocada.
Una vuelta a la esencialidad de nuestros cuerpos en el espacio común.
El necesario trabajo de comprensión y no de protección ante lo que está fuera de uno.
Hay una naturalidad en el uso del espacio común en el vagón de las mujeres del metro de El Cairo.
La naturalidad con la que las mujeres ocupamos el asiento, que no tiene límites físicos entre
personas, cómo los pesos se apoyan, se deslizan y como en una impro de contact se utilizan los unos
a los otros sustentados por la delicada forma de las geometrías del cuerpo.
Las estudiantes rígidas, las madres acogedoras, las vendedoras ambulantes con sus bolsas, las
extranjeras de si mismas, como yo..., las de clase acomodada...
Es una naturalidad que me asusta, y me siento invadida, pero por otro lado adoro esos momentos de
intimidad con todas mis hermanas en el metro y observo.
Las mejores clases de danza árabe las he tomado en el transporte púbico. El gesto real de quienes no
se sienten observados, los apoyos, las tensiones, la confianza, la mirada furtiva, el descanso en una
ciudad que no descansa, la aceptación del tiempo, la paciencia de aquellos que han dejado el control
en manos de esa ciudad-madre que nos acoge a todas.
Juego a hablar árabe con mi cuerpo.
Me centro en observar a las mujeres, de todas las edades, distintas en su forma de vestir, de hablar,
de moverse.
En danza todo puede ser una ventaja, y una de las mayores es el caos que te habla de aquello que
tiene potencial de encuentro. Y la coreografía del caos reina en la ciudad inmensa de El Cairo,
donde todas las mujeres bailan sus danzas integradas. Salvajes o sumisas, despiertas en el marco de
un adormecimiento general entre pitidos de coche, aceras reventadas y basura y la belleza de la
gran dama, tan superviviente de si misma, que ya no tiene de que preocuparse.
Convertirnos en seres adaptados que usan lo que hay, puntos de apoyo para caminar y seguir
adelante. Adaptarse no es conformarse, pero sí es quitarse un montón de problemas innecesarios
y centrarse en aquello que te rige, que te mueve. En El Cairo aprendo eso, aprendo a bailar.
El Cairo…
Siempre hablando en susurros de lo esencial.
Una masterclass de coreografía.
Orgánica y viva.
A veces nos tienen que prestar los ojos para ver. Yo he necesitado los ojos de muchas mujeres, para
entender lo que mi danza busca. He necesitado sus ojos para disfrutar de los gestos, las manos que
hablan, los pies que caminan pausados, que esquivan las aceras, los coches. Entender que a veces
hay que cubrirse para desnudarse entera, y que las libertades son igualmente dictaduras si se llevan
como consignas irrefutables e indudables. Reflexionando lo que significa ser mujer, en cada lugar,
en cada contexto.
Hoy desde aquí soy solo una mujer que danza.

Decido imitar cada gesto que me llama la atención en la calle. Y en casa, frente al espejo, reproduzco aquello que he visto.
Umm Sameh, hablando con los ojos en Makan, mientras comienza el concierto con la ceremonia del incienso y mueve los dedos acariciando el humo.
Dalia hablando enérgica mientras conduce por el Maadi, apretando el volante con las dos manos curtidas de bailarina.
La manera de llamar a la vendedora ambulante de la chica del autobús de Giza, que me lleva hasta el metro y me regala un billete, mientras me cuenta que estudia enfermería y quiere viajar a Cuba.
Las dos estudiantes de pelo largo y rizado que están sentadas en la mesa del centro del café de West el Balad fumando shisha. Una de ella hace un ligero gesto con el cuello hacia atrás, mientras echa el humo, que es elegancia en estado puro.
La viva mirada de Kogii mientras les dice a los extranjeros qué CD les recomienda comprar. Como seduce con sus ojos y su viva sonrisa, su tono de voz alto. Me encanta ver como arranca la motocicleta que usa y se pierde por Midan Tahrir esquivando coches, espalda recta, ojos abiertos, visión periférica.

Ya en Madrid cuando reviso el material que me traído de El Cairo, encuentro una foto, soy yo reflejándome en un espejo bajo la atenta mirada de una mujer que pasa caminando detrás de mí.
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