Madera; madre del fuego.
- Patricia Álvarez
- 14 sept 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 29 oct 2020

Mientras vivas,
brilla.
Que nada te haga sufrir.
La vida es corta y el tiempo su tributo exige*
ALQUIMIA: De la voz al cuerpo
Serie de vídeos grabados en el marco del curso Transcendencia en la Música Tradicional, impartido por Mara Aranda (Early Music Morella 2018).Improvisaciones sobre el trabajo de voz y elementos que desboca en el movimiento.
El reconocimiento de la madera en mi, como elemento dominante, ha supuesto una profunda reflexión. Nada de lo que hacemos en la vida, se hace el balde, venir a un curso de canto sabiendo que hay algo que mi propia vibración de voz me iba a mostrar es algo que a estas alturas del curso, ya está más que claro y demostrado. La voz hace vibrar nuestras células y provoca mutaciones, movimientos, seísmos, brechas internas por donde se drena, se limpia, se suaviza...es como el agua, elemento primigenio.
Siento como en estos días de trabajo vibratorio he llegado a partes de mi donde el movimiento no había conseguido penetrar. Los que llevamos ya un tiempo largo en contacto con esto del oficio de la difusión de la belleza, sabemos que vida profesional y personal están entrelazada por un sutil hilo de oro. No terminamos a las 18h y nos olvidamos hasta el día siguiente de nuestras tareas, no hay el chance de desconectar. Y eso tiene un lado negativo y otro positivo. El arte en sus mil manifestaciones, te ayuda en el proceso de sanación...que sea positivo, ojo, no es decir que sea fácil y agradable, pero yo lo veo como una especie de premio seguro, que te otorgan cuando decides arriesgarte en este oficio intenso, apasionante e inseguro. Y como decía antes de esta reflexión, el movimiento no había penetrado en ciertos recovecos de mi, y está vibración invisible, este eco de sonido que uno mismo provoca, se ha metido allá donde había materia muerta que contonear.
Como una especie de exfoliación, siento desprenderse determinadas células ya inservibles y que estaban formando parte de esos lastres y posos que la vida nos deja en ocasiones.
Seguimos inmersas en el trabajo con los elementos y aunque ya hemos entrado en el reino del fuego, yo sigo en mi madera. Hemos trabajado los trazos vigorosos del fuego, dibujando en el espacio la palabra china "huŏ", fuego. Nunca he sentido mucha afinidad con este elemento y en uno de los momentos de trabajo, Mara comenta que la madera es la madre del fuego.
Comienzo a comprender, que quizá mi relación con este sea la misma relación que casi siempre mantenemos "madre/hija", pasándonos una parte de nuestras vidas sintiéndonos ajenas, aún estando íntima e indestructiblemente conectadas. Hasta que comenzamos a descubrir que hacemos los mismos gestos que detestamos de nuestra madre, que expresamos o sentimos en ocasiones igual a lo que tanto habíamos criticado de ella. Y ellas se sorprenden no solo aceptando, sino entendiendo y apoyando nuestras más locas y arriesgadas decisiones.

Equitativamente en el grupo de seis mujeres que formamos, somos tres madres y tres no madres. El tema de la maternidad sale en bastantes ocasiones. Toda mujer, madre físicamente o no, se enfrenta a la maternidad de continuo a lo largo de su vida. Decidir o no ser madre en determinados momentos del camino, nos marca una dirección, un camino sin retorno de uno u otro lado. Son muchos momentos, muchas noches en vela las que las mujeres dedicamos a pensar en nuestros hijos nacidos o no nacidos,
tenidos o no tenidos...
En los momentos donde hacemos una relativa pausa, para tomar algo, mientras cambiamos de espacio y repasamos repertorios en una agradable terraza, nos abrimos y cantamos-contamos la historia de nuestras decisiones al respecto. Es maravillosa esa sensación de amistad y comprensión que va mas allá de todo.
Decido grabar un vídeo sobre la madera viva y flexible que acabo de recibir. Decido ser la madre del fuego, y bailar preñada de amor. Y quizá como una madre nunca entienda los porque de mi hija fuego, aquella que soy también yo, pero ahí estaré incondicional cuidando de mi cachorro.
El claustro está totalmente en silencio, hace calor, escucho insectos y pájaros y el sol me da de lleno.
Soy madera y camino por hojas, piedra, hormigas y ramas. Despliego los brazos y enciendo el movimiento con la chispa de mi nueva vida. Estoy aquí y quiero brillar. Y me siento preñada, ligera... feliz. Y danzo pausadamente, mecida por la leve brisa que se despierta al invocar mi madera sana y flexible.
*Epitafio de Seikilos del siglo II a.C. Escrito en la piedra de la tumba de Euterpe, la amada de Seikilos de Tralles, Asia Menor (antigua Grecia). Es la más antigua melodía escrita que se conoce...
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